La Isla del Hada

miércoles, 29 de julio de 2009

                                                       


Marmontel, en esos "Contes Moraux" (cuentos de costumbres) que nuestros traductores se obstinan en llamar "Moral Tales" (cuentos morales), como si nos burlásemos de su verdadero espíritu, dice: "La rnusique est le seul des talents qui jouissent de lui meme; tous les autres, veulent des témoins". ("La música es la única habilidad que se disfruta por sí misma; les demás necesitan testigos").

Marmontel confunde aquí el placer que se deriva de oír sonidos agradables con la capacidad de crearlos. La música, como ningún otro talento, no es capaz de producir un goce completo si no existe otra persona para apreciar su ejecución. Este arte sólo tiene de común con los demás artes la propiedad de producir "efectos", que pueden ser gozados plenamente en la soledad. La idea que el "raconteur" no ha podido concebir claramente o que ha sacrificado su expresión a la afición nacional del rasgo de ingenio, es, sin duda, la muy sostenible de que el orden más alto de la música es el que de modo más absoluto se siente cuando estamos completamente solos. La proposición, formulada de esta forma, será inmediatamente admitida por aquellos que aman la lira por sí misma y por sus valores espirituales. Pero existe todavía un placer al alcance de la humanidad doliente (y quizá sea éste el único) que debe aún más que la música al disfrute paralelo de la sensación de soledad. Quiero decir la felicidad que proporciona la contemplación de un paisaje natural. En verdad, el hombre que desea contemplar cara a cara la gloria de Dios sobre la Tierra debe contemplar en soledad esta gloria. 

A mí, al menos, la presencia no de la vida humana únicamente, sino de la vida en cualquier otra forma que no sea la de los elementos vegetales que crecen sobre el suelo y no tienen voz, es un borrón para el paisaje y está en contraposición con el genio del mismo. Me gusta, en efecto, contemplar los oscuros valles y las rocas grises, y las aguas que silenciosamente sonríen, y los bosques que suspiran en intranquilos ensueños, y las orgullosas y vigilantes montañas que nos miran desde lo alto. Me gusta contemplar estas cosas por sí mismas, pero no aisladamente, sino como colosales miembros de un vasto conjunto animado y consciente, como un todo, cuya forma (la de la esfera) es la más perfecta y comprensiva de todas las estructuras; cuya ruta transcurre entre otros planetas; cuya dócil servidora es la Luna; cuyo soberano inmediato es el Sol; cuya vida es la eternidad; cuyo pensamiento es Dios; cuyo placer es el conocimiento; cuyos destinos se pierden en la inmensidad, y cuyo conocimiento de nosotros mismos es semejante al que nosotros tenemos de los animálculos que infectan el cerebro...; un conjunto que, en consecuencia, consideramos tan animado y material como estos animálculos deben consideramos a nosotros.

Nuestros telescopios e investigaciones matemáticas aseguran en todos sentidos, y a pesar del confusionismo de la más ignorante clerecía, que el espacio, y, por consiguiente, el volumen, constituye una importante consideración a los ojos del Todopoderoso. Las órbitas por las que se mueven los astros son las más adaptadas para la evolución sin choque del mayor número posible de cuerpos. Las formas de estos cuerpos están exactamente dispuestas de manera que una superficie determinada pueda contener la mayor cantidad de materia, y están dispuestas para acomodar una población más densa de la que hubiesen podido acomodar si hubiesen estado dispuestas de otro modo. No existe argumento contra la idea, aunque el espacio sea infinito, de que el volumen tiene valor a los ojos de Dios, porque puede haber una infinita materia para llenarlo. Y puesto que vemos claramente que el dotar a la materia de vitalidad es un principio y, por lo que podemos juzgar, el principal de todos en las operaciones de la Divinidad, carecería de toda lógica el imaginar a Dios confinado en las regiones de lo minúsculo, donde diariamente se nos revela, y no extenderse a las regiones de lo augusto. Cuando describimos círculos dentro de círculos sin fin, evolucionando todos alrededor de uno, único y distante, que es la cabeza de Dios, ¿no podemos suponer analógicamente que del mismo modo, hay una vida dentro de otra, la menor dentro de la mayor, y todo dentro del Espíritu Divino? 

En resumen: que erramos fatalmente por un efecto de autoestimación, cuando creemos que el hombre, en sus destinos temporales o futuros, es más importante que el Universo, que aquel enorme "légamo del valle" que cultiva y desprecia y al que niega la existencia de un alma por la sola razón, y sin que tenga otra más profunda, que la de no verla en acción.

Estas fantasías, y otras del mismo estilo, siempre han dado a mis meditaciones entre las montañas y las selvas, por los ríos y el océano, un tinte de lo que la gente corriente no dejaría de considerar fantástico. Mis vagabundeos por tales escenarios naturales han sido muchos, de largo alcance y de ordinario solitarios. Y el interés con que he errado por un valle profundo, o contemplado el cielo reflejado en numerosos y brillantes lagos, ha sido un interés grandemente aumentado por el pensamiento de que yo estaba perdido y lo observaba solo. ¿Qué charlatán francés fue el que dijo, refiriéndose al conocido trabajo de Zimmerman, que "La solitude est une belle chose; mais it faut quelqu'un pour vous dore que la solitude es une belle chase"? ("Ya verdad es muy bonita; pero es preciso que haya alguien que pueda decíroslo"). El epigrama no se puede contradecir; pero tal necesidad es una cosa que no existe.

Durante uno de mis paseos solitarios, en medio de una región muy distante, encerrada entre montañas, con tristes ríos y lagos melancólicos que serpenteaban o dormían, me hallé por casualidad ante un río en el que había una isla. Corría el frondoso mes de junio, y me tumbé sobre el césped, debajo de las ramas de un oloroso y desconocido arbusto, quedándome adormecido mientras contemplaba el paisaje. Sentí que aquélla era la única forma en que podía hacerlo; tal era el carácter fantasmagórico que ofrecía.

Por todos lados -salvo en el oeste, donde el sol estaba casi a punto de ocultarse- se elevaban las murallas verdes del bosque. El pequeño río, que describía una curva muy cerrada en su curso y de este modo se ocultaba inmediatamente a mi vista hacía el este, parecía que no podía salir de su prisión sino para ser absorbido por el follaje de los árboles, mientras que por el lado opuesto (así me pareció mientras yacía en el suelo, con la mirada hacia arriba) caía en el valle silenciosamente y de forma continua una rica cascada dorada y purpúrea, lanzada por las fuentes del cielo, allí por donde se pone el sol.

A mitad del camino, dentro de la pequeña perspectiva que alcanzaba mi mirada, reposaba en el seno de la corriente una pequeña isla circular, profundamente llena de verdor.

"Tan fundidas las riberas y las sombras que todo parecía suspendido en el aire".

El agua cristalina era tan semejante a un espejo que era casi imposible decir en qué punto de la orilla esmeralda comenzaba su transparente dominio. Mi posición me permitía abarcar de una sola mirada las extremidades este y oeste de la isla, y observé en sus aspectos una diferencia singularmente marcada. La parte oeste era un radiante harén de floridas bellezas. Brillaba y enrojecía bajo la mirada del sol y reía desmayadamente a través de sus flores. La hierba era corta, flexible y aromática, salpicada de asfódelos. Los árboles eran jóvenes, risueños, erguidos, esbeltos y graciosos, orientales por el follaje y forma, con corteza lisa, lustrosa y parcialmente coloreada. Por todas partes parecía flotar un sentimiento de felicidad y vida; y aunque no soplaba viento alguno, todo se movía, agitado por el suave balanceo de incontables mariposas, a las que podía confundirse con tulipanes alados.

El otro extremo de la isla, el oriental, estaba sumido en una sombría negrura. Una neblina de melancolía, todavía hermosa y reposada, envolvía todas las cosas. Los árboles eran de un color oscuro, de lúgubre forma y aspecto, retorciéndose en figuras tristes, solemnes y espectrales, que traían a la mente ideas de pesar mortal y muerte prematura. La hierba tenía el tinte profundo de los cipreses y las puntas de sus briznas colgaban lánguidamente, y entre ellos se elevaban, aquí y allá, muchos toscos montículos, bajos y estrechos, no demasiado largos, que tenían el aspecto de tumbas, aunque, desde luego, no lo eran, si bien trepaban por todas las partes de su superficie las matas de ruda y de romero. La sombra de los árboles caía pesadamente sobre el agua y parecía quedar allí enterrada, impregnando de oscuridad las profundidades del líquido elemento.

Imaginé que cuando el sol bajara más y más, cada sombra se separaría con gesto huraño del tronco que le daba vida, y así de este modo sería absorbida por la corriente, en tanto que otras sombras nacerían a cada momento de los árboles, ocupando el lugar de sus difuntas predecesoras.
Una vez que esta idea tomó cuerpo en mi imaginación, excitó a ésta en grado sumo y me quedé extraviado en otros ensueños. "Si alguna vez hubo una isla encantada -me dije a mí mismo-, ésta es una de ellas". Éste es el lugar de unas cuantas hadas gentiles que sobreviven a la destrucción de su raza. ¿Serán suyas estas tumbas verdes? ¿O, por el contrario, entregan ellas sus dulces existencias del mismo modo que la humanidad deja las suyas? ¿Será acaso su muerte una consunción melancólica? ¿Entregarán a Dios poco a poco su existencia, como los árboles entregan sus sombras una tras otra, agotando su sustancia lentamente, hasta la disolución? Lo que el árbol decadente es para el agua que embebe su sombra, ennegreciéndose cada vez más a medida que devora su presa. ¿No será lo que la vida de las hadas pueda ser a la muerte que las consume?".

Cuando así meditaba, con los ojos medio cerrados, mientras el sol se hundía rápidamente hacia su ocaso y la mortecina corriente iba deslizándose alrededor de la isla, arrastrando en su seno grandes, resplandecientes y blancas tiras que se habían desprendido de los sicómoros-tiras que una ardiente imaginación podría convertir, gracias a las múltiples posiciones que adoptaban sobre el agua, en lo que le agradara-; mientras de este modo soñaba, me pareció que la figura de una de esas hadas con quienes yo había soñado salía lentamente del extremo oeste de la isla, internándose en las tinieblas. Iba erguida en una singular y frágil canoa y la movía con un simple remo fantasmal. Mientras estuvo sometida a la influencia de los rayos del sol, su actitud parecía indicar alegría, pero se alteró por la angustia cuando pasó a la zona de las sombras. Lentamente fue deslizándose y al final rodeó la isla y volvió a penetrar en la zona de luz. "La vuelta que acaba de dar el hada-continué musitando en mi interior-es la vuelta de un breve año de su vida. Ha flotado a través del invierno y a través del verano. Ella está un año más cerca de la muerte, pues yo he podido ver cómo, cuando se acercaba a la zona tenebrosa, su sombra se desprendía de ella y era absorbida por el agua oscura, haciendo ésta todavía más negra".

De nuevo apareció el bote con el hada; pero en la actitud de ésta había más de cuidado y de incertidumbre y menos de extática alegría. De nuevo flotó desde la luz a la oscuridad (que se acendraba por momentos) y de nuevo su sombra, desprendiéndose de ella, caía en las aguas de ébano y era absorbida por ellas. Una vez y otra describió el circuito alrededor de la isla (mientras el sol se precipitaba en su caída); y cada vez que salía a la luz se observaba mayor pesar en su persona; tornábase más débil, más abatida y más desdibujada; y cada vez que se internaba en la oscuridad se le desprendía una sombra de progresiva negrura. Finalmente, cuando el sol había desaparecido por completo, el hada, puro fantasma de sí misma, penetró desconsoladamente con su barca en la región del río de ébano. No puedo decir si volvió a salir de allí, pues la oscuridad cubrió todas las cosas y ya no volví a contemplar su mágica figura.


                                                                                                                      Edgar Allan Poe

El Crimen Invisible

sábado, 25 de julio de 2009

El Crimen Invisible
Catherine Crowe



En 1842 en el barrio de Marylebone, se derribó una casa a la que ya no acudía ningún huésped, desde hacía ya muchos años, y cuyos propietarios se negaban a gastar más dinero en reparaciones.

Sus últimos habitantes fueron el mayor W..., su esposa, sus tres hijos y su sirviente.

El mayor W..., que desempeñaba un digno cargo en la Intendencia, había insistido innumerables veces a sus superiores para que le permitieran cambiar de vivienda (el alquiler del inmueble estaba a cargo de la Intendencia). Como esta autorización demoraba, alegó para justificar su repetida insistencia que la casa estaba embrujada "del modo más desagradable".

Todas las noches, la puerta del salón se abría violentamente, se oía un ruido de pasos precipitados, una respiración ronca y luego dos o tres gritos horribles y la pesada caída de un cuerpo contra el piso.

A menudo encontraban los muebles volcados, sobre todo cuando estaban situados en el ángulo norte de la sala.

Luego se restablecía el silencio, pero alrededor de un cuarto de hora más tarde, se oía algo semejante a un pataleo, un sollozo y al fin un espantoso estertor.

El mayor W... acabó por prohibir a sus familiares la entrada a este salón. Incluso clausuró la puerta. Pero antes hizo constatar estos hechos por varios de sus compañeros de ejército. En efecto, el informe que presentó estaba firmado por el lugarteniente de Intendencia E..., el capitán S... y el comisario de víveres E...

Se procedió a un relevamiento de datos y muy pronto descubrieron una trágica historia.

En el año 1825, la casa estaba habitada por el corredor de joyas C... y su esposa. Esta última, mucho más joven que su marido, llevaba una vida desordenada, licenciosa, y malgastaba enormes sumas de dinero.

Aunque el desgraciado C... le perdonó muchas veces sus caprichos, no parecía querer enmendarse; al contrario, su vida era progresivamente escandalosa.

C..., empujado por la amargura y los celos, se dio a la bebida.

Una noche volvió ebrio, decidido a acabar con sus desgracias.

Armado de un trinchete de zapatero, se abalanzó sobre su mujer, que huyó hacia el salón, pero C... la alcanzó y con un solo golpe de su arma, la decapitó. Permaneció largo rato mudo de horror ante su crimen, luego se colgó de la araña del techo.

Desde entonces ese horrible asesinato se reproducía cada noche, de una forma audible, pero jamás los espantados testigos vieron la más mínima aparición; sólo los ruidos fantasmales que se repetían con una perfecta exactitud.

La petición del mayor W... tuvo resultados favorables y desde entonces, la casa permaneció desocupada, hasta el día en que cayó bajo el pico de los demoledores.


Catherine Crowe.

MIMIC (Relato Gótico)

miércoles, 22 de julio de 2009

Mimic estaba sola. No tenía amigos, nadie con quien compararse o con quien compartir unas risas. 

Siempre estaba oscuro, salvo por ese haz de luz que tocaba el suelo junto a sus pies. 

No entendía por qué estaba sola, ¿Quizás por qué no sabía expresarse como los demás? O porque no se le entendía correctamente por tener los labios cosidos. 

Fuera lo que fuese el motivo por el que estaba sola, su pelo laceo, negro y sucio, su piel mortecina, su ropa de cuero raída y gastada como una muñeca abandonada, no la favorecía. 

Si alguna vez habló y no se acordaba sí había sucedido, si alguna vez lo había hecho, siempre se la quedaban mirando fijamente a esa oscura y atrayente oquedad en su cuenca ocular vacía. 

Sabía que era guapa o que lo fue, pero sus desarticulados miembros cosidos no la ayudaban en sus relaciones. 

Se preguntaba si las demás personas también estaban colgadas de sus articulaciones a la viga del techo con alambre de espinos, por que a ella le parecía algo incomodo o frustrante. ¿Pero como podía saberlo si no podía ver a otros? 

Para ser más exactos, solo era consciente de la existencia de otro ser, pero este tampoco le hablaba. A lo mejor ella le daba repulsión, pero eso no podía ser por que él la alimentaba, le alisaba el cabello y la acariciaba con ternura. Siempre le daba un dulce beso de despedida cada vez que se marchaba. 

Cada día que pasaba sentía más fuerte esa llamada que todo ser solitario sentía, por ver, por conocer a otros como ella. 

Pero día a día allí seguía, en la oscuridad, sola, con esa rendija de luz cambiante de color. 

Quizás lo más agobiante era el silencio, un silencio relativo, por que no les prestaba atención a esas criaturas pequeñas y aladas que zumbaban, que se posaban como manchas negras resaltando sobre su blanquecina piel cuando hacía excesivo calor. 

Trascurría el tiempo, pero qué significaba el tiempo en un lugar así. Nada, quizás menos que nada. El único concepto de tiempo que tenía era el transcurrir de sus pensamientos. 

Pero sus pensamientos se hilvanaban e iban tomando consistencia en forma de una pequeña conciencia. Esta en su interior le decía que había otros como ella, que debía reunirse con ellas para deshacerse de la soledad que antes tanto le gustaba. 

Pensó que sí su cuidador se movía ella también podía hacerlo, que también podía acariciar suavemente como lo hacía él. En el fondo le tenía envidia. 

Si él salía de la oscuridad por algún sitio detrás de ella, podía salir por ese mismo sitio. 

La soledad, la oscuridad, la envidia, la ira y otras extrañas sensaciones se aglomeraban en un minúsculo destello blanco. 

Este destello en su oscura, vacía y profunda cavidad ocular fue lo último que vio su cuidador antes de morir. 

No recuerda como lo consiguió, como llegó a salir afuera, a ese otro mundo lleno de ellas. 

Cuando la ceguera se le paso y se acostumbró a la luz dañina, vio tremendamente horrorizada que no eran como ella. Eran hermosos, bellos, enteros, de ropas y cabellos perfectos y de múltiples colores fantásticos que siquiera se hubiese atrevido a soñar. 

Tan tremenda era la tristeza de ella, que la única lágrima que había vertido desde que tomo conciencia se congeló cuando unos estruendosos y cacofónicos ruidos sonaron. 

Nunca más temió la oscuridad. 

Nunca más temió el silencio. 

Nunca más temió su aspecto desaliñado. 

Nunca más temió nada. 


* * * 

-Jamás pensé que le diría esto inspector Gonzalo, pero me alegra que al final haya podido encontrar al psicópata muerto. Pero sigo sin entender por qué me han llamado a mí, aunque soy médico no soy forense- Dijo el doctor Joaquín L. 

-En estos momentos nuestro forense está en otro caso y usted está capacitado para levantar acta. Además, vera... - Murmuró avergonzado el inspector. -... encontramos el lugar donde se escondía, con el dentro. Pero cuando mis hombres llegaron a la puerta, esta se abrió repentinamente y alguien ensangrentado salió. Uno de mis hombres, el más joven se puso nerviosos y... comenzaron los disparos. Al parecer dispararon por error a una de sus víctimas secuestrada, que consiguió escaparse tras matarle. Ahí la tiene. Por favor- Le indicó el cuerpo. 

El doctor se agachó y la examinó. Al rato se levantó de espaldas al inspector y dijo en el tono de un confesor: ¿Está seguro que no quiere contarme algo más inspector? Porqué esta chica lleva muerta semanas. 

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Shauku.

La Cultura Gótica

lunes, 20 de julio de 2009






El gótico tiene sus inicios entre 1850 y 1860 en Francia como un movimiento anti-social encabezado por obreros en su mayoría y por estudiantes que vivían en constante opresión por parte del sistema que la sociedad en ese entonces tenía, maquillando sus caras de blanco y vistiendo de negro daban a entender el hecho de que la opresión los tenía muertos. Quedando en calma la Europa del siglo IXX, el gótico como una cotracultura resurge en los 80' cuando el punk estaba ya en sus términos como algo fuerte, de ahí que haya tomado algo del estilo punk, en cuanto a imagen, algunas ideologías y también algo de música. 

En México (y desgraciadamente) el gótico se mezcla también con el wicca, satanismo, juegos de rol, el black, el death, hasta santería -que nada tienen que ver- y de repente es cambiado de nombre por "dark" conociéndole así a todo el que sigue está ideología como dark o darketo (?). 
Los jóvenes que lo fueron tomando y explotando en ese entonces, por la forma en que se vivía en México los 80's, incorporando al gótico una identidad propia a lo que sentían en ese momento ... se podía observar algo de decadencia, presión y hasta nostalgia; y no les era difícil abandonarse en una cultura oscura, a la cuál le inyectaban sentimientos personales. De repente el gótico ya no es tanto una rebelión, sino que ya es mi bandera, ya es "mi oscuridad" y donde me puedo refugiar del mundo entero ...


Orígenes 

El Gótico siempre ha estado presente, aunque no se le reconoció como un movimiento tal, sino hasta mediados del siglo IXX (1850), sin ser un fenómeno exclusivo del oeste de Europa, muchas de las tendencias provienen de allí.


Originalmente el término "Gótico", era utilizado para referirse a los pueblos germánicos quienes conquistaron y dominaron gran parte de Europa durante la Edad Media. Posteriormente se le llamó "Gótico" a un estilo del arte y de la arquitectura, y era originalmente un término peyorativo usado por la gente durante el Renacimiento para indicar su desprecio por lo "crudo" y lo "sombrío" de la cultura de los Góticos comparada con la suya.


La Edad Media fue, de hecho, un poco Gótica. Existió una fascinación, casi al borde de la obsesión, por el contraste entre el bien y el mal, por la muerte, y por la lucha entre la pureza y la decadencia. A la par hubo también una tendencia en el arte y la literatura retomando éstos temas, y sin duda esto fue un factor que influyó en la forma de apreciación de los romancistas desarrollada en éste periodo de la historia.

A principios del siglo IXX (1800), un movimiento artístico llamado "Romanticismo" surgía. Enfocado principalmente a los temas fantásticos, la continua lucha entre el bien y el mal, la sensualidad, y frecuentemente la muerte. De éste movimiento surgió uno menor, impulsado por escritores como Byron y Shelley, que se tornaba progresivamente más mórbido y decadente.

Ésta estilo era el que después tomaría fuerza, y sería conocido posteriormente como "Gótico".


 

El Gótico se distinguió principalmente por su influencia en la arquitectura. Las catedrales altas, con paredes delgadas que dejaban atrás la idea de la fortaleza, dando lugar a la belleza, realzada por las puntas, los arcos ojivales, hermosos vitrales y algunas veces gárgolas. 

En la literatura, escritores como Shelley, Byron, Poe, por mencionar algunos, trataban temas oscuros, ubicando algunas veces sus relatos en atmósferas siniestras, como castillos y bosques. 

El Gótico tuvo influencia en todas las expresiones artísticas, como la escultura, la pintura, la música, etc. 


Por su parte el Victorianismo reprimía la sensualidad del Romanticismo y del Gótico, pero mantenía la dicotomía del bien-mal, además de la obsesión por la muerte, y la estricta moralidad añadida, que sin embargo mantenía los impulsos oscuros latentes, los cuales reventaban posteriormente de las mas extrañas maneras. 

Y mientras el siglo XX llegaba a su fin, mucho del Victorianismo fue desechado, (aunque la represión de la sexualidad en América dejaría gran huella en gran parte de la cultura). Las dos Guerras Mundiales le dieron a la gente más muerte y desesperación de la que hubieran querido jamás, y éstas despertaron una determinación naciente hacerse la vida más agradable. 


El identificable distintivo de la subcultura gótica que ahora conocemos empezó a florecer a principios de los '80s. Y no es coincidencia que lo conservador y lo conformista era lo que imperaba, el ser "brillante" y "feliz" venía eludiendo cualquier cosa que quebrantara lo que se consideraba la única conducta aceptable. Lo que empezó como un movimiento reaccionario encontró vida continua en una creciente inquietud y aislamiento de nuestra cultura, tal como continúa en nuestros días. 


 
Times of Darkness © 2008.